Publicado el 23 octubre, 2011 por bitacoradegalileo
Hace unos 4.500 millones de años el Sistema Solar estaba en formación. Los jóvenes planetas que se iban originando en el proceso carecían de órbitas estables, pues estaban sometidos a fuerzas contrapuestas, y el galimatías resultante era descomunal. El caos reinaba por doquier aunque el desorden ni siquiera era comparable al que hoy día se puede encontrar en la habitación de algunos jóvenes estudiantes que yo me sé.
Así las cosas, las colisiones entre distintos astros eran el pan nuestro de cada día, y los más pequeños de estos astros se llevaban la peor parte, pero los mayores también sufrían las consecuencias.
Entre éstos, la Luna estaba sometida a un intenso bombardeo de asteroides y meteoritos que duró varios cientos de millones de años y que fue degradando su corteza original hasta hacerla desaparecer casi por completo. En su lugar, fueron apareciendo grandes cuencas de impacto que formaron lo que hoy conocemos como los mares lunares.
El más violento de todos estos impactos ha sido datado por los estudiosos con una antigüedad de 3.850 millones de años, y acabó con el llamado Periodo Nectárico (de Mare Nectaris), dando lugar a una nueva época selenológica que se llama Periodo Ímbrico. El objeto que causó la catástrofe tuvo que ser colosal, posiblemente con un diámetro superior al centenar de kilómetros, pues dio origen a la formación del mayor de todos los cráteres de la Luna, aunque la nomenclatura nos lo muestra como un mare y no como un cráter: Mare Imbrium, cuyo tamaño supera ampliamente los mil kilómetros de diámetro.
En la cara oculta de la Luna (las antípodas lunares) se produjeron terremotos que ocasionaron un gran número de grietas y en el lugar de la colisión surgió la cuenca del mare, un agujero que fue rellenándose de lava durante cientos de millones de años, hasta conferirle su actual fisonomía.
Pero la consecuencia más ostensible fue la aparición de tres anillos concéntricos alrededor del suceso, inmediatamente después del choque. El más interno fue prácticamente sepultado en los milenios posteriores por el afloramiento basáltico, formando una concentración de masa (mascon) en el lugar que incluso influye en la órbita de los ingenios que sobrevuelan la región, enviados por el hombre, debido a su alto contenido en hierro. El anillo intermedio formó los Alpes lunares y las montañas aledañas al cráter Arquímedes, pero el más externo es la más sobrecogedora y espectacular de las formaciones orogénicas que pueden encontrarse en el satélite, y está formado por las cordilleras del Cáucaso y los Apeninos, además de los Cárpatos lunares.
Es la cordillera de los Apeninos la que merece el lugar más destacado, no sólo entre todas las de la región, sino en el conjunto de la orografía selenita. Es la más notable, pues a sus 600 kilómetros de longitud se unen alturas que superan los 5.000 metros, además de ofrecernos hermosas vistas, tanto con la luz rasante del amanecer como en la Luna menguante, cuando está a punto de anochecer en la zona.
El momento más adecuado para su observación es cuando, durante la Luna creciente, el terminador alcanza al cráter Eratóstenes, dejando al descubierto toda la cordillera. Ocurre esto 8 días después de la Luna llena y en este momento el Sol estará iluminando la zona desde el este, muy bajo aún en el horizonte lunar, así es que las cumbres más elevadas de la cordillera arrojarán sus sombras alargadas sobre el mare.
También habrá luz rasante dos semanas después, cuando en la fase de Luna menguante anochezca en la cordillera. El momento más adecuado será cuando el terminador alcance la orilla occidental de Mare Serenitatis, oscureciéndolo por completo. Llegará entonces la luz del anochecer a los Apeninos, iluminando su vertiente oeste, al contrario de lo que ocurre al amanecer.
El astrónomo polaco Jan Hewelcke (1.611-1.687), más conocido como Hevelius, fue quien propuso el nombre de Apeninos para esta cadena montañosa. Hevelius está considerado el padre de la topografía lunar.
Curiosamente, los Apeninos lunares están flanqueados por dos maria, a semejanza de su homónima terrestre en la Península Itálica, que se sitúa entre los mares Tirreno y Adriático. En el caso de la cordillera lunar, encontramos Mare Imbrium al noroeste y Mare Vaporum al sureste, aunque entre este mare y la cordillera se interpone el altiplano llamado Terra Nivium (Tierra de las Nieves). Los extremos de la cordillera están delimitados por un destacado cráter al oeste, Eratóstenes, que se adosa a la vertiente sur de sus últimas estribaciones en el occidente, mientras que en el noreste los Apeninos lunares encuentran su final en Promontorium Fresnel, un acantilado que se eleva 770 metros sobre el nivel del estrecho que separa a los Montes Apeninos de la Cordillera del Cáucaso, estrecho que comunica Mare Imbrium con Mare Serenitatis. El centro de la cordillera puede localizarse en las coordenadas selenográficas 20ºN y 2ºW.
Cuando estudiamos más detalladamente la cordillera, nos topamos con frecuentes elevaciones junto a otras zonas de menor altitud. Las cumbres son bastante lisas y redondeadas, aunque entre ellas se encuentran algunos de los picos más notables del satélite. El más elevado de todos es Mons Huygens, que alcanza los 5.500 metros de altitud y tiene un diámetro en su base de unos 40 kilómetros.
Otro interesante accidente es Mons Bradley, de 4.200 metros de altitud y 30 kilómetros de diámetro. En sus proximidades está el jovencísimo Conon, un cráter de sólo 20 millones de años que con 16 kilómetros de diámetro es el más destacado de los Apeninos, excepción hecha del ya mencionado Eratóstenes. Conon tiene una profundidad de 1.950 metros.
Pero las cumbres más famosas de esta cordillera son Mons Hadley y Mons Hadley Delta, a pesar de no ser las más elevadas (3.500 y 3.900 metros de altitud, respectivamente). La razón de esta celebridad es el hecho de que en sus proximidades alunizó el Apolo XV en 1.971. Fue ésta una de las misiones del programa de más interés científico, y en ella se utilizó por primera vez el vehículo lunar, en una estancia de 77 horas y 55 minutos.
Los astronautas David Scott y James Irwin (en órbita, en el módulo de mando Endeavour, estaba Alfred Worden) recogieron abundante material durante 18 horas en el LRV (Vehículo Explorador Lunar). Hasta 88 kilogramos de muestras de roca fueron traídas en el viaje de vuelta. En la superficie del satélite dejaron instalados diversos instrumentos geofísicos.
David Scott depositó sobre una de las huellas dejadas en la superficie lunar por ellos mismos una estatuilla de aluminio de 8.5 centímetros como homenaje al Astronauta Caído en la exploración espacial. Junto al pequeño monumento también colocaron una placa con los nombres de los astronautas y cosmonautas fallecidos, aunque excluyeron por olvido (o desconocimiento) a dos cosmonautas soviéticos, y no consideraron, lamentablemente, la inclusión de la entrañable perrita Laika. Pero yo sí la recuerdo, y desde aquí le envío una caricia hasta donde quiera que se encuentre, con toda seguridad mucho más allá de las estrellas.
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