Publicado el 16 octubre, 2011 por bitacoradegalileo
Los astrónomos consideran a Vega la estrella más importante de todas cuantas existen (y no son pocas) excepción hecha del Sol. Varios factores confluyen en el astro para merecer tan destacado calificativo, pues se trata de la estrella más brillante de los meses centrales del año (verano en el hemisferio norte, invierno en la mitad sur del planeta), la quinta de todo el cielo nocturno, además del sorprendente hecho de que una vez fue (y lo volverá a ser) la estrella que marcaba el norte, y se encontraba donde hoy en día está Polaris.
Pero su importancia trasciende más allá, al tratarse de la estrella que fue considerada como valor cero tanto en color como en magnitud visual. En efecto, su índice de color B-V (restados los valores de los filtros azul y verde) es cero, y cero es también su magnitud aparente vista desde la Tierra. Hay más: Su elevada velocidad de rotación le confiere un achatamiento inusual, provocando esto, además, una notable diferencia en las temperaturas superficiales que se registran en su ecuador y en los polos, uno de los cuales, curiosamente, apunta en dirección a la Tierra.
Esto, con ser mucho, no lo es todo, pues falta la guinda del pastel: Un disco de polvo rodea a la estrella, a la manera en la que, quizás, estaba rodeada nuestra estrella hace varios miles de millones de años. Este disco puede ser el origen de un futuro sistema planetario, en cierto modo parecido al nuestro, y es posible que ya en la actualidad albergue más de un planeta del tipo joviano e incluso neptuniano. El disco incluye también, parece evidente, restos o escombros de pasadas colisiones entre asteroides u otros pequeños objetos protoplanetarios que pudieron fracturarse y formar una estructura semejante a nuestro Cinturón de Kuiper.
Vega (Alpha Lyrae) es la principal estrella de la Lyra, una pequeña pero deliciosa constelación boreal, en la que podemos encontrar además a la curiosa Epsilon Lyrae, la doble-doble, y la preciosa nebulosa planetaria M57, conocida como Nebulosa del Anillo. Otros objetos de cielo profundo y destacadas estrellas confieren a la región un elevado interés para los aficionados.
Vega ocupa, además, el vértice noroeste del conocido asterismo del Triángulo de Verano, siendo la estrella más brillante de las tres, junto con Altair (Alpha Aquilae) y Deneb (Alpha Cygni). El Triángulo de Verano es un recurso muy útil para la orientación de los observadores del cielo nocturno veraniego en el hemisferio norte, pues al intenso brillo de sus estrellas se une el hecho de que en sus aledaños no hay otras estrellas tan notables, que dificultarían su identificación. La región está atravesada por la Vía Láctea.
El nombre de la estrella era anteriormente escrito como Wega, y proviene de la palabra árabe Waqi, que significa caída o aterrizaje, de la expresión Al Nasr al Waqi, El águila en picado, que es como los árabes del siglo XI conocían a la constelación de la Lyra, a la que imaginaban como a un ave de presa (un águila o, más probablemente, un buitre) cayendo en picado sobre su presa, y portando una lira entre las garras. El vocablo fue transcrito para occidente en las tablas alfonsinas, durante el siglo XIII. Por su parte, la concepción clásica greco-latina imaginó a las estrellas de esta constelación como la lira de Orfeo, que Zeus colocó en el cielo al morir su propietario.
La declinación de la estrella es claramente boreal, de +38º47′. Este valor, restado de 90º nos facilitará dos datos muy útiles. El resultado, próximo a 51º, significa por un lado que ésta es la latitud a partir de la cual la estrella es circumpolar para el hemisferio norte. Es decir, por encima del paralelo +51º la estrella nunca se pone bajo el horizonte. Por otro lado, en el hemisferio sur, nos sirve para saber el límite máximo al que podemos descender para poder verla; con otras palabras, al sur del paralelo -51º, Vega nunca aparece sobre el horizonte. Por tanto, los habitantes de Tierra del Fuego, por ejemplo (-53º), tienen que viajar hacia el norte si quieren admirarla. En la carta celeste precedente se representa la posición de Vega en estos días, al anochecer desde la ciudad de Quito, situada sobre el ecuador (latitud = 0º).
La estrella se sitúa a una distancia en torno a los 25 años-luz de nosotros, y su magnitud visual, en la práctica, arroja un resultado de +0.03, siendo la quinta más brillante de todo el cielo nocturno, sólo superada por Sirio (Alpha Canis Majoris), Canopus (Alpha Carinae), Alpha Centauri y Arturo (Alpha Boötis), si bien desde Europa no pueden divisarse ni Canopus ni Alpha Centauri. Sirio, además, es una estrella invernal, y Arturo domina el cielo de la primavera septentrional, así es que Vega es la reina de los cielos en el verano, y hasta bien entrado el otoño en las latitudes templadas del hemisferio norte.
Pero esto no siempre ha sido así, y no lo será en el futuro, aunque nosotros no notaremos cambio alguno en el transcurso de nuestra corta vida, mucho más breve que un suspiro a escala cosmológica. En efecto, debido al fenómeno conocido como precesión de los equinoccios, en el pasado Vega ocupó un lugar muy próximo al Polo Norte celeste, y sirvió para que los primeros navegantes pudieran encontrar el norte gracias a su brillo deslumbrante e inconfundible. Ocurrió esto hace unos 14.000 años, y volverá a ocurrir dentro de algo más de 11 milenios. Entonces, Vega tendrá una declinación de 86º14′, a menos de 4º de distancia del Polo Norte celeste. Será entonces un buen momento para que los astrónomos de la época recuperen el nombre de Cinosura para Polaris, que es el que le corresponde en realidad, pues la Estrella Polar será Vega. La precesión de los equinoccios es un movimiento circular del eje terrestre, similar al cabeceo que sufre una peonza, y que se debe al influjo gravitatorio del Sol, la Luna y Júpiter, además de otros factores. El movimiento completo dura unos 25.000 años. Léase el artículo sobre La Estrella Polar, en esta misma bitácora.
Tanto el brillo como el color de Vega han sido tomados como valores estándar para la medición del resto de las estrellas, pues ambos son prácticamente cero. En efecto, Vega es una estrella blanca, aunque en algunas fotografías aparece con cierto tono azulado, consecuencia mayormente de las alteraciones producidas por nuestra propia atmósfera y de las imperfecciones de los instrumentos empleados, es decir, las consabidas aberraciones cromáticas.
Se trata por tanto de la representante más genuina del tipo espectral A, que corresponde a las estrellas blancas con temperatura superficial en torno a los 10.000ºC. En concreto, Vega es del tipo A0V, lo que quiere decir que es una estrella enana de la secuencia principal. El término «enana» no debe llevarnos a confusión, pues con él los astrónomos no se refieren tanto al tamaño de la estrella como a una fase evolutiva en la que el astro aún está transformando al hidrógeno en helio como forma de obtener su energía. Terminado este proceso, la estrella abandonará la secuencia principal y se convertirá en una gigante roja o anaranjada, tipos Betelgeuse o Aldebarán.
Vega tiene un tamaño de más del doble de nuestro Sol (casi el triple en el ecuador), y también es dos veces y media más masiva. Este tamaño, unido a la superior temperatura superficial, hace que su luminosidad real se aproxime a 40 veces el valor de la que tiene nuestra estrella, así es que si se pusiera en el lugar de ésta un solo instante, nos quemaría la piel de inmediato. Pero las estrellas más masivas consumen más rápidamente su combustible, y por eso Vega tendrá una vida mucho más corta que la del Sol, aunque ambas se encuentran en la mitad de su existencia. La edad actual de Vega se estima en unos 400 millones de años (menos de una décima parte que el Sol), y otro tanto es el tiempo calculado para su desaparición.
Una importante característica de Vega es su velocidad de rotación. Es ésta tan elevada que causa en el astro un notable achatamiento que hace que su diámetro ecuatorial (2.75 veces el diámetro del Sol) sea mucho mayor que el medido desde los polos (2.26 el solar). Como quiera que el eje de rotación está orientado hacia la Tierra, nosotros vemos a la estrella de mayor tamaño que si la observáramos desde su plano ecuatorial. En concreto, la velocidad de rotación de Vega es de unos 270 kilómetros por segundo en el ecuador, completando una vuelta sobre sí misma en 12.5 horas (el Sol tarda entre 24 y 30 días en hacer lo mismo, siendo una estrella más pequeña), y esto provoca que en los polos la temperatura superficial de la estrella sea mayor: Más de 9.900 ºC, frente a los 7.600 ºC en el ecuador.
Una última pero importante consideración acerca de esta notable estrella es la que se refiere a las observaciones realizadas con la tecnología infrarroja. Cuando en el año 1.983 fue puesto en órbita el IRAS (Satélite de Astronomía Infrarroja), éste reveló un exceso de luz en esa longitud de onda proveniente de Vega. Rápidamente empezaron las conjeturas, que llevaron a la conclusión de que la estrella está rodeada por un disco de polvo similar al que habría rodeado al Sol antes de la formación de nuestro sistema planetario.
Comúnmente, se acepta la teoría de que nuestro Sistema Solar se originó a partir de una nebulosa que colapsaría sobre sí misma para formar el Sol, y un disco de polvo que daría lugar a los planetas, primero mediante la formación de planetesimales, o pequeños cuerpos que a su vez se fueron fusionando para formar primero protoplanetas, y por fin la estructura que conocemos en la actualidad.
Vega, según los primeros indicios, se encontraría ahora en una temprana fase del mismo proceso de formación de su propio sistema planetario. Pero estudios posteriores del Telescopio Espacial Spitzer (que observa en el infrarrojo) denotan una muy baja concentración de este material que sería insuficiente para esa posibilidad. Antes bien, parece tratarse de los restos o escombros resultantes de la colisión de algunos asteroides con algún cometa de gran tamaño. Los trozos resultantes habrían colisionado entre sí, a su vez, fragmentándose cada vez más.
Sí parece posible, en cambio, la existencia, ya en la actualidad, de algún planeta, pues la distribución del disco de polvo es bastante irregular, lo que podría deberse al efecto gravitatorio de algún o algunos astros similares a Júpiter, o incluso a Neptuno. De todos modos, la respuesta está en el futuro, y no estaría de más incluir a Vega entre los objetivos de los viajes interestelares que se programen, en cuanto éstos sean posibles (digo yo).
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