Publicado el 4 agosto, 2011 por bitacoradegalileo
La observación astronómica es una dedicación gratificante e irrenunciable para muchas personas, pues el cielo está repleto de espectaculares imágenes que se nos ofrecen para deleite de nuestros ojos. El Catálogo Messier recoge una notable colección de algunas de las más bellas y brillantes, repartidas por una buena parte de la bóveda celeste, especialmente en su mitad septentrional, y al alcance de telescopios modestos, como los que obran en poder de algunos de nosotros. Más de uno de estos objetos, incluso es posible vislumbrarlo a simple vista, como ocurre con la Gran Nebulosa de Orión (M42) o con el cúmulo abierto de Las Pléyades (M45).
Sin embargo, no siempre las condiciones son las ideales para disfrutar de todos estos tesoros, pues muchos de nosotros residimos en ambientes con diverso grado de contaminación lumínica, que impide que aparezcan en el ocular de nuestro aparato, y hemos de esperar a las contadas ocasiones en que podamos trasladarnos a zonas más despobladas. Incluso en estos lugares, es necesario seleccionar en el calendario las fechas más propicias carentes de una Luna que ilumina de forma inconveniente los cielos de nuestro entorno. Es en estos ambientes donde muchos aficionados han optado, tradicionalmente, por la observación de estrellas dobles, para intentar resolverlas aplicando el mayor número de aumentos posible, y también a la observación del que quizás sea el astro más accesible fuera de nuestro planeta: La propia Luna.
Por otro lado, el abaratamiento de los equipos de observación (telescopios y binoculares) ha facilitado a más personas su acercamiento al mundo de la Astronomía, incluidos los más jóvenes. Así, se ha ido desarrollando una creciente dedicación a la selenografía, por aficionados de todo el mundo, y particularmente por aquellos que han estado limitados a la observación del cielo profundo por las condiciones antes expuestas.
La Luna es accesible a la observación desde todo nuestro planeta, incluso desde el centro de la ciudad, y su visión sólo se nos niega cuando el cielo se llena de nubes, o en aquellos días en que el satélite coincide en nuestra línea visual con la posición que ocupa el Sol, fenómeno que hemos convenido en llamar Luna nueva.
Pero la creciente legión de aficionados a la selenografía, echaba en falta una herramienta similar a la que el Catálogo Messier proporciona a los observadores de cúmulos, nebulosas y galaxias. Así las cosas, en el mes de abril del todavía reciente año de 2.004, el planetólogo Charles A. Woods anunció en la prestigiosa revista Sky & Telescope, de la que era colaborador habitual, la publicación de una lista de 100 objetivos lunares, a la que llamó Lunar 100, y que aspiraba a llenar ese importante hueco. Efectivamente, Mr. Woods dedicó las cinco páginas siguientes de su columna en la revista a facilitarnos una selección de lugares en la Luna cuyo valor iba más allá del mero turismo astronómico, pues todos ellos, de una u otra forma, exhibían un notable interés desde el punto de vista astrofísico en general y selenográfico en particular.
Woods seleccionó 100 objetos y los dispuso en orden de dificultad creciente, de tal manera que se puede saber si un determinado accidente lunar será más fácil encontrarlo que otro con sólo comparar su número en los Lunar 100. Por ejemplo, L14 (Sinus Iridum) es más fácil de localizar que L34 (Lacus Mortis) y éste a su vez lo es más que L58 (Vallis Rheita). L1 es la propia Luna, que todos hemos visto, L2 es la luz cenicienta producto del reflejo de la Tierra llena y L3 consiste en poder distinguir entre el color oscuro de los mares lunares (maria) y la tonalidad más clara de las llamadas tierras altas (terrae). A partir de L4 (Montes Apeninos) comienzan accidentes mucho más concretos, hasta culminar en L100, unos remolinos en Mare Marginis, que es el más difícil de todos.
Esta secuenciación en la dificultad es una gran ventaja, y está lejos de la del Catálogo Messier, que es una relación cronológica, según la fecha en que los anotó el cazador de cometas originario de la Lorena francesa. Como muestra, baste un botón: M1 (La Nebulosa del Cangrejo) es muchísimo más difícil de ver que M45 (Las Pléyades).
Los objetos del Catálogo Messier se reparten por todo el cielo, y sin embargo pueden ser avistados en una sola noche, en lo que ha venido en llamarse Maratón Messier, que muchos aficionados suelen intentar en las fechas próximas al equinoccio de primavera, entre la segunda quincena de marzo y primeros de abril, cuando la ausencia de Luna les sea más propicio. Los Lunar 100, en cambio, a pesar de concentrarse en sólo medio grado (el diámetro de la Luna), hay que avistarlos en un plazo de tiempo mucho más largo, pues ni siquiera el ciclo completo de la Luna (mes lunar o sinódico, que dura 29.53 días) garantiza que podamos verlos todos, pues hay que contar, para algunos de ellos, con libraciones favorables, dada su proximidad al limbo del satélite, y para otros se necesitan ciertas condiciones de iluminación solar para su observación. La posición del terminador lunar decidirá qué objeto poder estudiar en cada momento.
En cuanto a las necesidades de equipamiento, éstas difieren según vayamos avanzando en la lista. L1, como ya apunté, sólo consiste en la localización y reconocimiento del satélite, bien al alcance de nuestra visión sin ninguna ayuda, e identificable por todos desde edades muy tempranas. Los Apeninos, Copérnico y algún accidente más podrán distinguirse por personas con la suficiente agudeza visual, pero a partir de L4 es recomendable el uso de alguna asistencia óptica, bien sean binoculares o con la ayuda de algún telescopio, aunque sea de baja potencia. El objeto más pequeño de la lista mide unos 3 kilómetros de diámetro, así es que teóricamente, y según recomienda el propio Charles Woods, se requieren 3 pulgadas de abertura, a unos 150 aumentos; muchos podrán encontrarse con menor potencia, pero algunos objetos estrechos se ven mucho mejor con 6 u 8 pulgadas (entre 150 y 200 milímetros de diámetro de la lente).
Desde el mismo momento de su publicación, la lista no ha hecho más que sumar adeptos, y proliferan los clubes y sociedades astronómicas donde los aficionados pugnan por «tachar» los objetos que van encontrando, y tratan de completarlos en el menor tiempo posible. Los aficionados a la astrofotografía coleccionan las imágenes de cada uno de los objetos propuestos, y también intentan que no les falte ninguno. Así pues, es de justicia mostrar nuestro agradecimiento (el de todos los aficionados) a Charles A. Woods, por esta aportación tan importante.
Hoy tengo el inmenso placer de ofrecer a todos los lectores de La bitácora de Galileo la lista completa de los Lunar 100, original de Charles A. Woods, que podrán consultar en el siguiente enlace:
También, a partir de hoy figurará bajo el encabezamiento de la bitácora, junto al Índice temático y al Catálogo Messier, así como en el apartado Páginas, en la columna de la derecha, arriba del todo. Que ustedes lo disfruten, tengan cielos despejados y una feliz observación.
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