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La Nube Pequeña de Magallanes (NGC 292)

Publicado el 7 febrero, 2012 por bitacoradegalileo

Entre todos los tesoros que encierra el envidiable cielo del Hemisferio Sur, inaccesibles casi todos a los ojos del observador boreal, dos joyas llaman la atención de manera muy especial: Las Nubes de Magallanes, ocultas asimismo a los habitantes de la mitad norte del planeta. La bitácora de Galileo ya publicó un extenso informe sobre la mayor de ellas (imagen de la derecha, fotografía del Telescopio Espacial Hubble) en el artículo titulado

La Nube Grande de Magallanes

Han pasado unos meses desde que aquel trabajo viera la luz, y desde entonces tengo la impresión de que la bitácora está coja de alguna forma; en efecto, parece oportuno y urgente desviar nuestra atención ahora hacia la otra de las grandes galaxias australes. Vamos a ello.

La Nube Pequeña de Magallanes se localiza en Tucana (El Tucán), una constelación moderna creada por navegantes holandeses, muy próxima al Polo Sur Celeste, donde también destaca el cúmulo globular 47 Tucanae (en la fotografía de la izquierda), el más brillante del cielo tras Omega Centauri, visible a simple vista, como también lo es la Pequeña Nube. Aunque ambos objetos aparecen muy próximos entre sí desde nuestra perspectiva, en realidad 47 Tucanae se encuentra mucho más cerca, a unos 13.000 años-luz de distancia, mientras que la Nube Pequeña de Magallanes está aproximadamente a unos 210.000 años-luz. La Constelación del Tucán carece de estrellas brillantes y su componente más destacada, Alpha Tucanae, se acerca a la tercera magnitud. Todas las demás son mucho más tenues.

Denotada a veces como SMC (del inglés Small Magellanic Cloud) y también como NGC 292, la Nube Pequeña de Magallanes tiene una declinación, fuertemente austral, de -72º y por eso no puede ser avistada más al norte del paralelo +18º. Incluso desde estas latitudes se mostrará demasiado baja en el horizonte y se hará necesario ubicarse en las proximidades del Ecuador para tener una visión aceptable de ella. Por el contrario, desde el paralelo -18º es circumpolar sur, lo que significa que nunca se pone bajo la línea del horizonte y puede admirarse en cualquier época del año.

Esta declinación tan al sur es la razón de que la Pequeña Nube fuera desconocida por las grandes civilizaciones de la Antigüedad, y sólo tengamos noticia de ella, como de su hermana mayor, por medio del astrónomo persa Abd al Rahman Al-Sufí, quien la cita en su Libro de las Estrellas Fijas, aunque las nubes no son visibles desde Isfahán, donde residía, y tuvo que desplazarse hasta Yemen para poder avistarla. Probablemente, Al-Sufí tuvo conocimiento de su existencia por noticias de los viajeros que componían las caravanas que surcaban la Península Arábiga en el siglo X.

Más tarde, las nubes fueron observadas por los navegantes portugueses y holandeses que se dirigían al Cabo de Nueva Esperanza, en busca de la ruta hacia la India, y por eso fueron llamadas Las Nubes del Cabo.

Américo Vespuccio cita, en su crónica del viaje que realizó a los mares del sur en 1.503, tres objetos, dos de ellos brillantes y otro oscuro. Los dos más luminosos debieron ser las nubes, mientras que el oscuro se refería a la Nebulosa Saco de Carbón, en la Constelación de la Cruz del Sur.

Pero la primera descripción fue realizada por Antonio Pigafetta, cronista y cartógrafo de la expedición de Fernando de Magallanes alrededor del planeta, quien en 1.519 anotó las siguientes palabras:

«El polo Antártico no goza de las mismas constelaciones que el Ártico, viéndose en él dos grupos de pequeñas estrellas nebulosas que parecen nubecillas, a poca distancia uno de otro.»

Es interesante también lo que nos cuenta Pigafetta unas líneas más adelante:

«Hallándonos en medio del mar, descubrimos hacia el oeste cinco estrellas muy brillantes colocadas exactamente en forma de cruz.»

El nombre de Nubes de Magallanes no apareció hasta mucho después, pues Bayer, en su Uranometría, la denomina Nubecula Minor (y Nubecula Maior a la Nube Grande), y John Flamsteed las llamó Le Petit Nuage y Le Grand Nuage, respectivamente.

Durante el siglo XIX, John Herschel es el primero en estudiarla en profundidad, desde el telescopio reflector de 14 pulgadas del Observatorio de Ciudad del Cabo. Herschel anotó en SMC un total de 37 cúmulos y nebulosas. Más tarde, a principios del siglo XX, Henrietta Leavitt basaría en ella la mayoría de sus importantes cálculos sobre estrellas variables, que a la postre fueron conocidas como variables cefeidas (de su prototipo, Delta Cephei), fundamentales en la determinación de las distancias a objetos lejanos.

La Nube Pequeña de Magallanes está clasificada como una galaxia enana irregular. Quizás en un tiempo fue una espiral barrada, pero fue distorsionada por la atracción gravitatoria ejercida por la Vía Láctea, y en la actualidad sólo conserva la barra central de aquella antigua estructura. Situada unos 21º al oeste de la Nube Mayor (la separación real entre ellas es de 75.000 años-luz), ofrece una magnitud visual de +2.7, perfectamente visible a ojo desnudo, aunque es preferible observarla desde los cielos alejados de la ciudad, más limpios y transparentes, pues su tamaño (5º x 3º) diluye su brillo demasiado para vencer a la contaminación lumínica de los cielos urbanos.

Considerada tradicionalmente una galaxia satélite de nuestra Vía Láctea, hoy esta teoría está en cuestión, pues las mediciones de su movimiento propio arrojan una velocidad excesiva, que excluiría tal posibilidad, a menos que nuestra galaxia fuera mucho más masiva de lo que suponemos. Lo mismo ocurre con la Nube Grande, y ambas, según estos cálculos, simplemente estarían de paso frente a nuestra posición. Ambas galaxias han dejado tras de sí un largo rastro de nubes compuestas por hidrógeno, conocido como Corriente de Magallanes.

En cualquier caso, se trata de una de las galaxias miembros del Grupo Local, compuesto por una treintena de estos objetos, y es la cuarta más próxima a nosotros, tras la Galaxia Enana del Can Mayor, la Galaxia elíptica de Sagitario y la Nube Mayor de Magallanes. Los miembros más destacados del Grupo Local son La Galaxia de Andrómeda y nuestra propia Vía Láctea.

Contiene más de 3.000 millones de estrellas y mide unos 10.000 años-luz de diámetro, siendo por tanto significativamente menor que la Nube Grande, y especialmente que la Vía Láctea. La galaxia es pobre en regiones HII, abundantes en la Nube Mayor, por lo que aquí el número de nebulosas es más escaso. Sí son numerosos, en cambio, los cúmulos estelares, de los que se han registrado más de un centenar grandes y luminosos, así es que debe haber un número mayor entre los menos notables. Con respecto a cúmulos globulares, nos constan cinco de ellos, similares a los de la Vía Láctea. Visitemos a continuación algunos de estos objetos.

NGC 346 es una región de formación estelar que tiene 200 años-luz de diámetro. Pensemos que M42, la Nebulosa de Orión, mide 24 años-luz para darnos cuenta de su inmensidad. Estrellas jóvenes, muy energéticas, han nacido al comprimirse el gas y el polvo, por efecto de los poderosos vientos de las estrellas masivas del cúmulo.

NGC 602 es otra preciosa región de formación de estrellas. De tamaño similar a la anterior, unos 200 años-luz de diámetro, en la fotografía del Telescopio Espacial Hubble se aprecian innumerables galaxias de fondo, que están mucho más alejadas. Las jóvenes estrellas del cúmulo se formaron no hace más de 5 ó 6 millones de años, una milésima parte de la edad que tiene el Sol.

«Dos juegos de piedras preciosas brillantes en el cielo del sur». Este calificativo puede leerse en la página del Telescopio Espacial Hubble referido a los cúmulos estelares NGC 265 y NGC 290. Situados en el interior de la Nube Pequeña de Magallanes, y por tanto a una distancia de 210.000 años-luz, ambos cúmulos miden unos 65 años-luz de diámetro y fueron descubiertos por John Herschel en sus observaciones desde Ciudad del Cabo. Se formaron hace unos 40 millones de años.

NGC 121, por fin, es un cúmulo globular que, al contrario que 47 Tucanae, sí pertenece a la Nube Pequeña de Magallanes. Es un fenomenal objeto con una masa equivalente a la de 350.000 veces la masa del Sol, y con unos 10.000 millones de años de antigüedad. Su descubrimiento se lo debemos, asimismo a John Herschel, en 1.835.

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